Un estudio del CSIC advierte de que el 40% de los cazadores tienen más de 60 años y menos del 5 % está entre los 20 y los 30 años. El número de cazadores se reducirá a un quinto en 25 años. Analizamos en Los Reporteros el futuro de la actividad.
El relevo generacional en la población de cazadores de la Península Ibérica, la más importante de Europa Occidental, no está garantizado. Es al menos la conclusión de un reciente estudio liderado por el Instituto Pirenaico de Ecología. En torno a un 40% de los cazadores tiene más de 60 años y menos del 5% está entre los 20 y los 30 años. Nos hemos preguntado si esa crisis demográfica en la caza tendrá un impacto, por ejemplo, en los espacios protegidos.
No hay una edad establecida para cazar; legalmente puede hacerse desde los 14 años, pero la mayoría de los que la practican son veteranos y día tras día comprueban que los jóvenes que siguen sus pasos y habrán de dar el relevo son cada vez menos. La caza en España envejece, es un hecho demográfico incontestable, y sin nuevos cazadores, dentro de muy poco tiempo habrá más bicicletas que escopetas en el campo.
Aníbal Domínguez tiene 24 años y es cazador desde que a los cuatro su abuelo le llevó por primera vez de cacería. Aníbal es de Moguer, pero caza en Almonte, generalmente zorzales y casi siempre en compañía de un grupo de amigos de su misma edad.
¿Es así en todos los pueblos? No exactamente. A solo quince minutos de Almonte, en esta finca de Villalba del Alcor, la percepción es muy distinta. A sus 67 años, José de la Puerta también recuerda haber cazado desde muy pequeño. Pero desde hace tiempo percibe que los jóvenes de la comarca no se sienten atraídos por la escopeta como antaño.
Así pues, ¿el perfil y la edad del cazador dependen de lugar en el que nos encontremos? ¿O algo está cambiando en el campo? La respuesta a estas preguntas nos aguarda en Zaragoza, adonde nos dirigimos. El Instituto Pirenaico de Ecología, dependiente del CSIC, ha analizado 600.000 licencias de caza en España y Portugal, el 90 por ciento de las existentes. El resultado ha sido publicado en la revista británica People and Nature y no deja lugar a dudas, nos dice el investigador José Daniel Anadón: hay menos cazadores y la población aficionada a la caza se hace mayor en toda la península ibérica.
A lo que habría que añadir que los cazadores menores de 25 años apenas representan el diez por ciento del total. Lo que significa que el relevo generacional está en entredicho. Datos que comprometen el futura de la caza tal y como creíamos conocerla hasta ahora.
La investigación que nos ha traído a Zaragoza aporta además una proyección a medio plazo que colocaría a la actividad cinegética de España y Portugal al borde del colapso demográfico. Si el progresivo envejecimiento de la población aficionada a la caza se mantiene y el relevo generacional no se vislumbra, dentro de 25 años quedarían en la Península Ibérica unos 175.000 cazadores, es decir, cinco veces menos que en la actualidad. Y la mayoría de ellos rondarían los setenta años.
Regresamos de Zaragoza y constatamos que los datos que arroja la investigación del Instituto Pirenaico de Ecología han tenido un impacto notable. Noticias como esta, vuelan, y naturalmente han llegado también a la localidad malagueña de Archidona, donde está la sede de la Federación Andaluza de Caza. Su presidente, José María Mancheño, es consciente de un problema que, de entrada, parece estar muy relacionado con el éxodo del campo a la ciudad y el abandono de las tareas tradicionales en el ámbito rural.
Aficionarse a la caza, espontáneamente y sin experiencia previa, no es tarea sencilla. De entrada, hay que superar el reparo que supone matar un ser vivo. En lo esencial, cazar consiste en eso. Pero además, se necesitan ciertas habilidades, no solo puntería. Hay que conocer la fauna y el terreno, contar con el equipo adecuado y practicar mucho. Y todo eso lleva tiempo. Y cuesta dinero. Por si fuera poco, el mundo rural y la propia naturaleza ofrecen hoy alternativas muy tentadoras para el público juvenil sin necesidad de empuñar un arma.
A medida que el campo pierde peso y población, el turismo rural y las múltiples actividades recreativas que la naturaleza ofrece no paran de crecer, especialmente en Andalucía, con una oferta de ocio medioambiental extraordinaria. Ante eso, la caza, como experiencia campestre, retrocede. Según datos del Ministerio de Transición ecológica, el pasado año se expendieron en España 570.000 licencias, la mitad de las que había hace 20 años.
¿Asistimos pues a un cambio cultural? ¿O, por el contrario, la actividad cinegética puede recomponerse? La federación andaluza de caza cree que sí. Ha puesto en marcha un programa de caza joven y trata de contrarrestar el paulatino declive demográfico revindicando su papel en el equilibrio medioambiental y la conservación de los ecosistemas.
Con su casi 170.000 hectáreas, el Parque natural de los Alcornocales, ubicado entre las provincias de Cádiz y Málaga, es uno de los mayores espacios protegidos del país. En este paraje se ha cazado desde el neolítico, como demuestran las interesantes pinturas rupestres hallada en la zona. A día de hoy, sin embargo, el descenso del número de cazadores empieza a ser preocupante, confiesa el director del parque, Juanma Fornell, porque de ellos, nos dice, depende, en gran medida, el control de la población de herbívoros.
Aunque a menor escala, en la finca de José de la Puerta, afrontan un problema parecido que aquí solventan organizando una montería cada año. Sea cual sea el propósito, la muerte de un animal hermoso e inofensivo causa rechazo en una parte importante de la población. Una repulsa que los cazadores consideran amplificada por campañas en contra que promueven los colectivos ecologistas y algunos medios de comunicación.
Y aun así, lo cierto es que el declive demográfico de la poblacional aficionada a la caza no es nuevo, ni siquiera reciente: Comenzó hace más de medio siglo, antes incluso de la llegada de la democracia, cuando la conciencia medioambiental a nuestro país comenzó a crecer.
Dos generaciones de cazadores se enfrentan a un futuro incierto. Aníbal cree que la actividad cinegética no está en riesgo, al menos en su pueblo, y sueña con tener un hijo para salir a cazar juntos. José no está tan seguro de un provenir tan halagüeño, porque la realidad es que la caza no encuentra su relevo.