Hace 43.000 años, un neandertal dejó una huella dactilar sobre una piedra en la actual Segovia, tras impregnar su dedo en pigmento rojo. El soporte, un canto rodado con forma de rostro humano –un fenómeno conocido como pareidolia–, sugiere una intención simbólica o ritual.
Un hombre de neandertal se topó con un gran guijarro de granito –de unos 20 centímetros de longitud (21,4 × 11,3 × 7,6 cm)– cuyos contornos, que quizá recuerdan a un rostro alargado, le impulsó a examinarlo y finalmente plasmar la supuesta nariz de lo que parecía un rostro con uno de sus dedos impregnados en pigmento rojo.
La dactilografía sobre una piedra con ocre rojo proporciona nueva evidencia de las capacidades cognitivas de los neandertales, lo que implica que compartían nuestra tendencia a ver rostros en objetos inanimados como las nubes, las montañas o incluso una tostada.