Migrantes, funcionarios, comunidad LGTBI... el estatus de todo sellos ha cambiado a peor con Trump pero el terremoto ha llegado con su política económica que pretende acabar con el multilateralismo.
Los analizamos en Los Reporteros.
El presidente de Estados Unidos, Donal Trump, cumple sus primeros cien días en el Gobierno. Un periodo que expertos y analistas suelen utilizar como referencia para medir el impacto y la efectividad de un mandatario. En Los Reporteros ahondamos en el cambio de rumbo que el republicano ha impuesto tanto dentro como fuera de sus fronteras, con medidas de gran calado, como los aranceles, los elogios a su figura y las mofas para sus adversarios.
En realidad no habría sido necesario esperar cien días, porque desde el principio Donald Trump puso sus cartas sobre la mesa: la primera, una agresiva política arancelaria, ahora en pausa, pero que aun mantiene a bolsas y mercados al borde del precipicio. Un estricto control migratoria que incluye deportaciones en masa, casi siempre sin juicio previo. La reforma de la administración pública, que prevé recortes de personal y el cierre de agencias. Y por ultimo, un declarado afán expansionista que mira hacia Canadá o Groenlandia.
Pero además, el cuadragésimo séptimo presidente norteamericano juega con dos comodines: un alto el fuego en Ucrania que de momento no prospera y una solución extravagante para la franja de Gaza, que Washington desearía convertir en un balneario de lujo.
Esta es la partida geoestratégica que Trump plantea al resto mundo. Quienes se acercan al tapete saben ya que las reglas del juego pueden cambiar de un día para otro pero, sobre todo, deben asumir que el presidente de los Estados Unidos siempre parece dispuesto... a romper la baraja.
El primer día de los primeros cien días resultó frenético. Inmediatamente después de tomar posesión, Donald Trump firmó, de una tacada, 26 ordenes ejecutivas -todo un récord- decretos que incluían el indulto a los asaltantes del Capitolio, la eliminación de la ciudadanía por nacimiento, la salida de los Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud o el rechazo a los acuerdos de París. Una orden tras otra, sin descanso, a lo largo de una larga ceremonia televisada en la que su firma ocupaba siempre un lugar preferente, tan grande y genuina que ha llamado la atención de los expertos de la Sociedad Andaluza de Grafología.
Quizá porque, para el presidente norteamericano, fondo y forma son inseparables, nos explica Rafael García, profesor de Relaciones Internacionales. El de Trump, añade, es un desconcertante estilo de hacer política basado en la hipertensión y los cambios súbitos.
La política más eficaz es la que propaga el miedo, dijo Trump en su primera campaña electoral, hace ahora diez años. Y precisamente, “Miedo” es el titulo del libro con el que el periodista Bob Woodward analizó la figura del presidente norteamericano. Un concepto que no ha perdido vigencia, nos dice la profesora Elisabeth Bond, portavoz del colectivo Democrats Abroad, sobre todo, asegura Bond, si atendemos a una política migratoria basada en unas deportaciones en masa que han generado un clima de sicosis en Estados Unidos.
Trump cree que hay demasiados migrantes y también que sobran funcionarios. La reforma de la administración comenzó con una oferta masiva de bajas incentivadas que estos primeros cien días ya han aceptado 75.000 empleados públicos: El plan es ahorrar un billón de dólares, a expensas del cierre de agencias y oficinas gubernamentales, pero también reduciendo o eliminando subvenciones a universidades, ONG,s o centros de investigación.
En suma, cien días de decisiones graves y expeditivas. Hasta el momento, Trump ya ha firmado 140 decretos, muchos de ellos de dudosa constitucionalidad. Todo se decide en un circulo reducido y exclusivo del que sobresale la figura del magnate Elon Musk, el asesor mas influyente de cuantos acceden al despacho oval.
Sin embargo, no fue el despacho oval, sino los jardines de la casa Blanca el lugar elegido por el presidente norteamericano para presentar su medida más perturbadora: los aranceles, explicados de forma pormenorizada, en un tabla, país por país: tasa general del 10 por ciento, un 20 para los productos de la UE, un 34 para China.
Una declaración de guerra comercial en toda regla que en solo siete días, del dos al ocho de abril, hundió las bolsas de todo el mundo. El 9 de abril, la fecha fijada para que los aranceles entraran en vigor, Trump rectifica y anuncia una moratoria de 90 días. Los mercados respiraron aliviados, pero el daño, nos dice el economista Manuel Hidalgo, ya estaba hecho.
En este escenario Europa mira a Asia, y muy especialmente a China. Una opción interesante, dicen los expertos, aunque no exenta de complicaciones.
Así las cosas, lo que Washington persigue es un nuevo modelo comercial basado en acuerdos exclusivamente bilaterales. Y Trump se muestra, a su manera, satisfecho.
O lo que es lo mismo: el multilateralismo que ha caracterizado las relaciones internacionales desde la segunda Guerra Mundial, está en riesgo.
No solo se recolocan las piezas. Cien días han sido suficientes para redefinir el propio tablero y las fronteras que incluye. Rebautizar el Golfo de Mexico como Golfo de América es casi anecdótico. Mucho más inquietante es la pretensión, varias veces anunciada, de recuperar el control del Canal de Panamá o forzar la anexión de Canadá y Groenlandia.
Lo que colocaría a las cancillerías europeos ante una paradoja mayúscula. Groenlandia es un territorio autónomo bajo soberanía danesa. Y Dinamarca pertenece a la OTAN. Si el afán expansionista se cumpliera, ¿cómo se resolvería la clausula de asistencia mutua que figura en el Tratado del Atlántico Norte? 013808 y según la cual, si un país perteneciente a la OTAN fuera atacado, el resto estaría obligado a defenderlo. Pero, si el país que invade también pertenece a la OTAN ¿Quienes defenderían a quién, y contra quién?
Y no será el único asunto espinoso que agite esa cumbre. La guerra en Ucrania no se resuelve, ni en un sentido ni en otro. De la insólita cumbre en la mismísima basílica de San pedro durante el funeral del Papa Francisco, nada concreto ha trascendido, aunque Trump se habría mostrado favorable a seguir apoyando a Zelenski sin desentenderse de Vladimir Putin. Con lo cual, los tres actores involucrados en un hipotético acuerdo de paz se enfrentan a su vez a un triple dilema.
Y ni siquiera se descarta el peor de los escenario posibles: que Ucrania se quede aislada y afronte la guerra en solitario si EEUU decidiera finalmente retirarse.
Una guerra que, según Trump, solo terminará si Ucrania renuncia a entrar en la OTAN y asume que nunca recuperará los territorios ocupados por Rusia. Condiciones que Zelesnki recibió con aplomo, pero a bocajarro, en una encerrona que causó estupor en todo el mundo.
Nada que ver con el trato que la Casa Blanca dispensa al primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, el único mandatario que ha sido recibido dos veces por Donald Trump en estos cien primeros días de mandato. El apoyo de Washington a Tel Aviv es absoluto, lo que significa, nos dice Irene Martínez, portavoz en España de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, que Israel obtiene de EEUU patente de corso para continuar los ataques contra la población gazatí y mantener el bloqueo de la ayuda humanitaria.
Una situación transitoria, dice Trump, que anticipa un futuro brillante para Gaza: convertir la franja en un balneario de lujo. Una riviera a orillas del Mediterráneo.
Naturalmente, Trump es inmune a las criticas, entre otras cosas porque alguna de las medidas que hoy adopta fueron promesas electorales en una campaña exitosa que le aupó por segunda vez a la Casa Blanca. Y eso a pesar de ser el primer presidente condenado judicialmente de la historia de EEUU.
Porque puede que la fortaleza que Trump transmite y que su entorno más cercano aplaude sea solo aparente. De hecho, una reciente encuesta del Instituto Ipsos para la agencia Reuters determina que su popularidad ha caído por debajo del 43 por ciento, el nivel más bajo desde que regresó a la Casa Blanca el pasado 20 de enero. O lo que es lo mismo: desde 1953 ningún presidente norteamericano ha sido tan impopular en los primeros cien días de mandato.
Solo superado por el propio Trump en 2016, añade Paco Camas, investigador del Instituto Ipsos. A su juicio, la encuesta refleja, por un lado, la polarización política en EEUU y por otro, la preocupación ciudadana por la marcha de la economía domestica.
Trump se encomienda a la economía para reflotar su imagen interna mientras su figura se agiganta fuera, entre los partidos ultarconservadores del planeta, de Argentina a Hungría y de El salvador a Francia, pasando por Italia y España.
El mundo según Trump es un espacio demasiado variable. Y por momentos, imprevisible. El nuevo orden internacional que surgió tras la segunda Guerra Mundial proponía un modelo basado en la diplomacia y la cooperación que se ha mantenido en pie durante los últimos ochenta años. Sin embargo, han bastado cien días para que una estructura aparentemente sólida se tambalee y corra el riesgo de venirse abajo.