Los expertos obtuvieron este material mezclando celulosa, la fibra vegetal que aporta rigidez a las plantas, con glicerol, un líquido incoloro y viscoso que se obtiene a partir de aceites vegetales y que se utiliza como plastificante porque aporta flexibilidad. Como novedad, se sumó a esta matriz cera de abejas en distintas proporciones hasta conseguir unas láminas delgadas, transparentes y biodegradables.
En laboratorio, el compuesto resultante actuó de forma similar al polietileno, el plástico más común, derivado del petróleo, que se usa ampliamente en envases, bolsas o botellas. “Se mejoraron las propiedades más importantes para conservar alimentos, como la resistencia al agua, a grasas y a la transmisión de oxígeno.